miércoles, 9 de enero de 2013

Inés


Sabía que estaba mal. Muy mal. Terriblemente mal. De hecho, era lo peor que podía hacer. Lo peor que podía ocurrirle.
Pero no podía evitarlo. 
Inés se sentó frente al tocador. No había espejo, pero de inmediato una criada se acercó a ella y comenzó a peinarla. 
-No quiero nada demasiado sofisticado -le comentó, mientras trataba de elegir alguna joya discreta en el joyero. No iba a engalanarse. ¿Para qué? No debía. No. ¿Para un mortal? ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Por qué sentía la necesidad, por primera vez en su vida, de ponerse guapa
Eligió un collar de perlas de río muy largo y un anillo con un rubí para el dedo índice de su mano derecha. 
Su criada le puso una sencilla diadema de perlas con una mantilla de encaje de bruselas que le tapaba desde los ojos al níveo cabello, recogido en un apretado moño.

Odiaba su aspecto, desde sus ojos enfermos hasta su eterno cuerpo adolescente, pero desde que no podía reflejarse en ninguna superficie pulida, se sentía un poco indefensa. Nunca sabía exactamente qué aspecto tenía de cara a los demás. Aunque tampoco es que los demás le importaran en absoluto. Al menos, no hasta ahora... Inés gruñó mientras terminaban de vestirla. Ni siquiera podía arreglarse, maquillarse o peinarse ella misma. Debía confiar en la pericia de sus criados. 
Al salir de sus aposentos, su sirviente más leal, Philipe, la recibió con una sonrisa. Estúpido y sensible Philipe. Al menos sabía, gracias a su sinceridad absoluta, que tenía buen aspecto. Aunque, a donde iba, no debía importarle. Pero le importaba. Decidió, a última hora, que le pusieran algo de colorete en las mejillas.

Al salir al jardín, el francés la ayudó a subirse en el carromato, y ella cerró los postigos de las ventanas rápidamente. No le gustaba que la vieran, y menos, que algún cainita supiera a dónde iba. No sabía por qué iba ella en persona, cuando podía enviar a Philipe. Aunque, "claro" -pensó- "seguramente no le envío porque Louis no confiará en él para darle el mensaje". Profirió una sonrisa irónica. "No me lo creo ni yo".
Comenzó a ponerse nerviosa conforme el carruaje se aproximaba a la posada. Quiso gritarle al cochero que diera media vuelta, que no quería verle. Mentira, sí quería verle. Y aquello era lo que la asustaba tanto. 
"¿Por qué? Es sólo un mortal estúpido. En realidad me cae fatal. Le odio. Es estúpido y maleducado y además no es tan atractivo, es sólo que las Arpías están obsesionadas con él. En realidad es tirando a feo."

Sin embargo, al entrar en la posada, se retractó. Era el ser más cercano a Dios desde la venida de Cristo, sin duda alguna. Aquella sonrisa debía ser pecado. La sonrisa que le dirigía a ella, y sólo a ella. "Mentira". Inés se sentó, junto a Philipe, en una mesa algo apartada. Y, aunque lo intentó, no pudo apartar los ojos del joven que hablaba con algunos mortales. Era tan apuesto. Sin quererlo -aunque, en realidad, sí quería- comenzó a imaginarse besando la comisura de aquellos labios tan carnosos, acariciando con sus labios la curva de su cuello, en apariencia tan suave y caliente. Y tan lleno de sangre. Le imaginaba acariciándole el cabello con aquellas manos tan grandes y varoniles, mirándola a los ojos profundamente, susurrándole...

Pero no estaba allí para estúpidos momentos de romanticismo. Louis no la atendió hasta pasadas unas horas, cuando el local comenzó a vaciarse. Después, le dio una misiva. Hacía tiempo que el intercambio de cartas le importaba menos que el viaje hasta el mensajero. Pero no debía pensar en aquello. Había sufrido tanto para sacar a Louis de sus pensamientos, de sus sueños... pero nada parecía dar resultado. A pesar de que tenía la extraña impresión de que la miraba de forma diferente a los demás, o durante un tiempo más prolongado, sabía que nunca sería suyo. Podría perder muchas cosas, pondría en riesgo tantas otras...

Aquella noche, tomó una decisión. Aquella sería la última vez que vería al atractivo, amable, cariñoso y sincero Louis. A la única persona que la había tratado sin un temor u odio irracional. Le diría adiós a sus palabras de apoyo y sus divertidas e inteligentes anécdotas. Era tan perfecto que era imposible. 

Derramando lágrimas tan rojas como el rubí de su anillo, Inés se despidió de Louis para sus adentros, mientras veía la posada alejarse desde la ventana abierta de su carruaje. Oh, claro que viviría aquel amor, pero sería un amor secreto e íntimo, escondido en lo más profundo de su corazón corrupto y muerto.

"O quizá Louis se presente en mi casa cuando vea que es Philipe y no yo quien acude a sus citas. Quizá se presente enfadado y loco de amor." Inés casi escupió una risa amarga, mientras se limpiaba una lágrima con un pañuelo. "Eso sólo pasa en las canciones de los trovadores."

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